Interpretación Creativa: La Muerte
Tema: "Dead Hour" de: "The Guild League" en el album "Speak Up"de 2008
Interpretación Creativa, es una actividad que se gestó dentro del Club de Literatura al que suelo acudir el último viernes de cada mes. En cada reunión se elije una carta de los XXI arcanos mayores que componen el tarot, para escribir un mini relato mensual, interpretando dicho arcano.
Siguiendo con el experimento, se presentan los textos correspondientes a la carta que salió en el mes de noviembre, muy apropiada, pues se extrajo unos días antes del día de todos los santos y un mes antes del supuesto fin del mundo. Una carta que simboliza el cambio radical, la siega de lo viejo, necesaria para dejar fluir lo nuevo con toda su fuerza.
De nuevo gracias a l@s osad@s participantes, os esperamos en próximas interpretaciones. ;D
No voy a escribir yo.
Va a escribir mi cuerpo. Lo que queda de mi cuerpo. Él. Él que sabe de restos y sabe de despojos y se sabe de memoria la memoria de la muerte. Él que conoce el movimiento, el paso, el tránsito. Él, que conoce desde la esencia varias formas de aniquilación.
Es. Ha sido. Ha dejado de ser.
Es muchos otros. Un día me pareció que hasta era él mismo.
Él, que se rinde ahora en la peregrinación del cambio. – Este movimiento es una súplica; no conduce a ningún lugar-. Él, que se me extiende, que se me acurruca, que se me vuelve a extender. Otra vez no lo conozco.
Está siendo. Ha dejado de ser.
Rubén Rios Longares:
La muerte antipática y tétrica. El óbito, el
fin último y póstumo, un mal esdrújulo y lúgubre, a natura endémico. No es ni
químico ni físico sin embargo atañe al ánimo; puede ser vírico y patógeno pero
aun así es pandémico y ajeno al sistema métrico. Nos señala con el vértice de
su índice mortífero y descendemos, cual faraón al interior de una pirámide.
El óbito es mísero, sórdido y patético y en
su estático avance errático ni los médicos decrépitos con sus útiles o sus
tónicos o sus fórmulas pueden salvar a los pálidos príncipes, ni a sus
huéspedes foráneos, ni tan siquiera a los huérfanos con lágrimas en los ojos,
pues no hay ejército magnífico o mágico que pueda detener a tan épico parásito
de avance rápido.
Visita sin mácula al atlético, y al flácido
como un relámpago, y sin paso ridículo y con éxtasis fantástico, en número
hiperbólico se cobra sus dramáticas víctimas sin ser ni hipócrita ni histérico.
Y llora, afónico, el cónyuge la pérdida de su cómplice erótico. Y también en
las lindes ubérrimas de los gráciles agrícolas, en los árboles fructíferos, en
los céspedes pulquérrimos, en los álamos fantásticos sufren su catástrofe
drástica hasta los pájaros aéreos.
Como un oráculo inequívoco o cual fábula
matemática, sabemos de nuestro fin átono y monótono que arribará en miércoles o
sábado terminando nuestros días en un rectángulo cúbico subterráneo.
Pues ya en las crónicas clásicas se la menta
con hexámetros dactílicos, pues desde los orígenes cósmicos presente estábamos
todos en sus óperas impúdicas, atormentándonos con su próxima búsqueda. Ataca
al típico héroe, al xenófobo ludópata, al filósofo lógico o al filólogo
zángano; a cada célula, a cada órgano, a cada músculo de nuestra utópica
existencia corpórea, que es cáscara o ánfora del espíritu.
Al
fin y al cabo, la vida es lánguida.
La primera Muerte de Adrián Prado, por Pepe Martínez Silvent :
Adrián Prado tiene
cuarenta y seis años. Lleva diecisiete años trabajando en una fábrica de
suministros deportivos. Fue su tercer empleo tras aquellos estudios de ingeniería
que sólo le sirvieron tres veces, para ser seleccionado, y nunca más utilizó.
Ha ido ascendiendo y tiene una posición holgada en sueldo y parca en
responsabilidades. Ambas cosas le permiten una vida tranquila. Se puede
permitir el lujo, por ejemplo, de
ir todos los días a su casa a comer con su familia. Su mujer, Carolina Sherman,
compañera de estudios, es profesora de matemáticas en un instituto de la zona.
Este año han cumplido su vigésimo aniversario de boda. Adrián y Carolina tienen dos hijos. Carlos, de dieciséis años, demuestra gran facilidad para las matemáticas y se aficionó a los bailes de salón desde que su novia, Rebeca, le llevó por primera vez a la academia de danza. Emma, de once años, lee con voracidad, ha ganado dos concursos de redacción y es capitana del equipo de baloncesto de su colegio. Son, en palabras de los orgullosos señores Sherman, suegros de Adrián, una familia “más que modélica”.
Este año han cumplido su vigésimo aniversario de boda. Adrián y Carolina tienen dos hijos. Carlos, de dieciséis años, demuestra gran facilidad para las matemáticas y se aficionó a los bailes de salón desde que su novia, Rebeca, le llevó por primera vez a la academia de danza. Emma, de once años, lee con voracidad, ha ganado dos concursos de redacción y es capitana del equipo de baloncesto de su colegio. Son, en palabras de los orgullosos señores Sherman, suegros de Adrián, una familia “más que modélica”.
Así pues, Adrián
despotrica mentalmente cada mediodía contra el Concejal de Urbanismo que ordenó
el tráfico del barrio y puso aquella absurda señal de dirección obligatoria a
la salida del túnel. Sin ella, le bastaría un giro rápido a la izquierda para
llegar a casa y disfrutar de la compañía de su familia. Por aquel círculo azul
sin sentido, con su amenazante flecha blanca, debe seguir avanzando doscientos
metros hasta que puede girar a la izquierda, se topa con un semáforo que
siempre está en rojo y se ve obligado a dar toda la vuelta a la manzana. Todo
para regresar a la carretera por la que venía y poder llegar al cruce que la señal
le ha impedido tomar. En total, son al menos cuatro minutos perdidos cada día.
Adrián piensa
siempre en lo fácil que sería saltarse la señal. Un pequeño acto de subversión,
una perversidad tan pequeña que nadie le daría ninguna importancia. La zona es
tranquila y no hay casi tráfico. No tendría que hacer esperar a nadie, la
visibilidad es total y la posibilidad de un accidente es tan disparatada que se
puede asimilar a cero. Hasta hoy siempre ha seguido la norma concienzudamente.
Cada día siente, sin embargo, la pérdida de esos cuatro minutos como una pequeña
tragedia.
Pero hoy es el día
en que por fin se ha decidido a saltarse la señal. Reflexiona mientras recorre
el túnel que las normas absurdas deben estar hechas para saltárselas. Muchos de
los preceptos que manejan nuestras vidas son arbitrarios. Se infunde coraje
pensando en el tiempo que va a ganar. Se afloja la corbata un poco y siente que
el corazón le late con algo más de fuerza. Un escalofrío de cambio le recorre
los antebrazos cuando sale a la luz de la calle. El pie derecho pisa el freno con determinación. Ya no hay
vuelta atrás. El cambio se ha desencadenado. Gira el volante, entra en su
calle, saltándose por fin aquella maldita señal. No más direcciones
obligatorias. Se nota de pronto un hilillo de sudor bajándole por la frente.
Siente lo inexorable de ese momento y un torrente de sensaciones le invade. Son
extrañas, pero predomina la alegría. Por fin, con una sonrisa en los labios,
pisa el acelerador.
Carolina Sherman se
asoma a la ventana. Por un momento le parece ver pasar el coche azul de su
marido por delante de su casa. Deshecha la idea convencida de que faltan al
menos tres minutos para que llegue. No tiene ningún indicio para pensar que
Adrián Prado ha pasado de largo y su familia nunca más sabrá de él.
Víctor Brigé:
(Paráfrasis de M.B., in memoriam)
Cuando éramos niños
el mundo era un lugar de juegos
un año era una eternidad
y no sabíamos del tarot ni de la muerte.
Ya de chavales
había que hacer deberes
pero el mundo era una posibilidad inagotable
y la muerte solamente una carta en el tarot.
Al casarnos
pensábamos los trabajos y los días
el mundo era el tarot de nuestro futuro
y la muerte sólo se la echaban a otros.
Por fin hemos aprendido
jugamos las mismas viejas cartas
el mundo es un instante
y la muerte nuestra única baza.
Iván Vázquez:
Víctor Brigé:
(Paráfrasis de M.B., in memoriam)
Cuando éramos niños
el mundo era un lugar de juegos
un año era una eternidad
y no sabíamos del tarot ni de la muerte.
Ya de chavales
había que hacer deberes
pero el mundo era una posibilidad inagotable
y la muerte solamente una carta en el tarot.
Al casarnos
pensábamos los trabajos y los días
el mundo era el tarot de nuestro futuro
y la muerte sólo se la echaban a otros.
Por fin hemos aprendido
jugamos las mismas viejas cartas
el mundo es un instante
y la muerte nuestra única baza.
Iván Vázquez:
Una nación salto por los
aires salpicando a nubes y costumbres, junto aquella onda lasciva
revoloteaba la carne dolida, las palabras muertas, el puro
aburrimiento. Esquivando trozos de culpa flotando en el cielo un
escuadrón de alas contra el invierno. No insistas con preguntas. El
tiempo no miente, ambiciona el espacio, las raíces bajo el árbol.
En él la vida es palabra herida. Tras la explosión los tímpanos
son violentados por el silencio del mundo. Un zumbido desata la ira
del viento jugando al despiste. Tres iniciales investigan los hechos
junto al epicentro. El recuerdo es coordenada, geografía en la
memoria. Nuestros labios embestían en vano cada sacudida de los
días. Pensaban como todos pensábamos: ese jodido invento no puede
con nosotros. Y al conjugar el verbo se estrechó el cuarto donde la
piel era océano y tempestad a pesar de su dimensión. Todo ese
esfuerzo por asfixiar sin cuerpo su imposible enemigo, el infinito
deseo por evaporar cada silaba pronunciada y la obscena tristeza del
asedio no supuraban en su precipitada inconsciencia. El devenir es la
pena declaró el tribunal. La resolución palpita en el teclado del
taquígrafo: el tiempo mató la pasión por pensar que el amor
habitaba en el colchón.
Pedro Herrera Lizcano
Al final, le dije que viniera...
Miré a mi alrededor para asegurarme de que todo estuviera medianamente recogido. El reloj de la habitación marcaba las 12:20 a.m. Respiré hondo e inhalé el aroma que salía de la cocina. El olor subía por la escalera, hacía astillas mi puerta y trepaba por las sábanas hasta bombardear mi vieja nariz. Hoy el estofado huele diferente. Por la hora, mi hija estaría preparando la comida. ¡Qué habilidosa que es y que cosas más ricas prepara! Nunca me habían gustado los platos que me preparaba, pero hoy, no sé porqué, pienso todo lo contrario. Incluso me arrepiento de haberle tirado, la semana pasada, el cuenco de sopa por encima. De un manotazo rápido, a la vez que torpe, lo hice saltar de la bandeja. Al quemarse las manos y parte de la cara con el caldo caliente, la pobre gritó como un cochino en el matadero. En esos momentos no pude ayudarle, pero le mostré una sonrisa de complicidad que creo que no entendió.
Mi difunto marido, que en paz descanse, en repetidas ocasiones me mostró su preocupación porque veía a la chiquilla algo distante conmigo. Si de verdad existía ese distanciamiento entre ambas, ella nunca me lo comentó. De todos modos, yo no creo que fuera así. Por ejemplo, cuando a los 17 años se escapó de casa en busca de la típica y pueril libertad que buscan los jóvenes, le acogí nuevamente en nuestro hogar, aunque tuvo que asumir el duro castigo que le impuse...lo que no recuerdo, cuál fue el castigo. Los últimos 15 años ha estado conmigo en casa, a la sopa boba, porque nunca encontró un trabajo. Si no fuera por el dinero que yo le doy, ¿que habría sido de ella? Pero encima tiene la cara dura de decirme que con ese dinero a penas tiene suficiente para pagar lo que compra en la farmacia. Esta chica...a parte de mis medicinas... ¿¡qué otras cosas innecesarias estará comprando para sí?! Que yo sepa ella está sana como un roble.
A la hora de siempre, abrió la puerta. Mi hija portaba en sus manos un plato de rico estofado (tras el incidente, se volvió reacia a usar bandeja). Al acercarse a mi cama, pude ver su rostro cansado y con ojeras. Si es que no se cuida nada. Me dio el plato y se sentó cerca de la cama, con la mirada puesta en mi. Tranquila e inexpresiva, observaba como comía. Uff, qué raro sabe hoy el estofado. Cuando iba por la mitad del plato, la puerta de la habitación se abrió de nuevo...¡¿quién era esa persona vestida con una capa negra?! Y su cara...¡¿Por qué no podía ver su rostro?! Se puso delante de mi sin decir nada...levantó el brazo y señalando a mi hija dijo:
-"Vente conmigo...ella ha decidido que hoy descansaríais las dos."
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Pedro Herrera Lizcano
Al final, le dije que viniera...
Miré a mi alrededor para asegurarme de que todo estuviera medianamente recogido. El reloj de la habitación marcaba las 12:20 a.m. Respiré hondo e inhalé el aroma que salía de la cocina. El olor subía por la escalera, hacía astillas mi puerta y trepaba por las sábanas hasta bombardear mi vieja nariz. Hoy el estofado huele diferente. Por la hora, mi hija estaría preparando la comida. ¡Qué habilidosa que es y que cosas más ricas prepara! Nunca me habían gustado los platos que me preparaba, pero hoy, no sé porqué, pienso todo lo contrario. Incluso me arrepiento de haberle tirado, la semana pasada, el cuenco de sopa por encima. De un manotazo rápido, a la vez que torpe, lo hice saltar de la bandeja. Al quemarse las manos y parte de la cara con el caldo caliente, la pobre gritó como un cochino en el matadero. En esos momentos no pude ayudarle, pero le mostré una sonrisa de complicidad que creo que no entendió.
Mi difunto marido, que en paz descanse, en repetidas ocasiones me mostró su preocupación porque veía a la chiquilla algo distante conmigo. Si de verdad existía ese distanciamiento entre ambas, ella nunca me lo comentó. De todos modos, yo no creo que fuera así. Por ejemplo, cuando a los 17 años se escapó de casa en busca de la típica y pueril libertad que buscan los jóvenes, le acogí nuevamente en nuestro hogar, aunque tuvo que asumir el duro castigo que le impuse...lo que no recuerdo, cuál fue el castigo. Los últimos 15 años ha estado conmigo en casa, a la sopa boba, porque nunca encontró un trabajo. Si no fuera por el dinero que yo le doy, ¿que habría sido de ella? Pero encima tiene la cara dura de decirme que con ese dinero a penas tiene suficiente para pagar lo que compra en la farmacia. Esta chica...a parte de mis medicinas... ¿¡qué otras cosas innecesarias estará comprando para sí?! Que yo sepa ella está sana como un roble.
A la hora de siempre, abrió la puerta. Mi hija portaba en sus manos un plato de rico estofado (tras el incidente, se volvió reacia a usar bandeja). Al acercarse a mi cama, pude ver su rostro cansado y con ojeras. Si es que no se cuida nada. Me dio el plato y se sentó cerca de la cama, con la mirada puesta en mi. Tranquila e inexpresiva, observaba como comía. Uff, qué raro sabe hoy el estofado. Cuando iba por la mitad del plato, la puerta de la habitación se abrió de nuevo...¡¿quién era esa persona vestida con una capa negra?! Y su cara...¡¿Por qué no podía ver su rostro?! Se puso delante de mi sin decir nada...levantó el brazo y señalando a mi hija dijo:
-"Vente conmigo...ella ha decidido que hoy descansaríais las dos."
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La Próxima Carta: XII El Colgado
todo aquel que quiera participar, puede enviar su interpretación a:
taratela@gmail.com